domingo, 10 de febrero de 2013

SOCIOLOGIA CRIMINAL


TEORIAS SOCIOLOGICAS DE LA DELINCUENCIA
 
 
 
SOCIOLOGIA CRIMINAL II
TEORIAS SOCIOLOGICAS DE LA DELINCUENCIA
 
1. Teorías sociológicas de la delincuencia
 
Las reflexiones teóricas más consistentes y continuadas sobre la delincuencia se originaron en los Estados Unidos.  Desde las primeras décadas del siglo XX, los sociólogos de la Universidad de Chicago iniciaron esta reflexión que ha sido continuada por otras generaciones de sociólogos de aquel país. Es por esta razón que buena parte de los teóricos a que se alude en este apartado son sociólogos norteamericanos porque ellos son los que han desarrollado las teorías más conocidas sobre la materia.
 
A.  Las teorías de la delincuencia adulta
  A.1 La teoría de la anomia
La teoría de la anomia en su versión moderna fue desarrollada por el conocido sociólogo norteamericano Robert K. Merton en su ensayo Estructura social y anomia publicado originalmente en 1938 y reeditado en la década del 60 en su  célebre libro  Teoría y estructura social. En su planteamiento conceptual, Merton se apoya en el concepto de anomia acuñado por Emilio Durkheim,  el gran sociólogo francés de la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX.
 
Anomia viene del griego a que significa sin  y nomos, normas. Desde el punto de vista etimológico, anomia significa sin normas. Durkheim utilizó el concepto de anomia para referirse a esos momentos en la vida de las sociedades humanas en los cuales las normas y valores tradicionales entran en crisis, es decir que, se ven socavados sin ser sustituidos por otros, por lo que se vive en una situación anómica.  Bajo estas circunstancias, la gente se desorienta y pierde la relativa confianza que da existencia de normas fijas y estables en virtud de las cuales orientar su vida y sus actos. Durkheim desarrolló el concepto de anomia para explicar un fenómeno social tan importante como el suicidio.
 
 Merton modificó el concepto de anomia de Durkheim para "determinar de que manera las estructuras sociales ejercen una presión definida sobre ciertas personas de la sociedad para que sigan una conducta inconformista y no una conducta conformista" y para referirse a la tensión social a que se ven sometidos los individuos cuando los valores aceptados entran en conflicto con la realidad social. En la sociedad norteamericana, explica Merton, la situación de anomia resulta del hecho de que la misma  pone un gran énfasis en  los triunfos económicos como medida del éxito personal y señala como medios legítimos para obtenerlos la autodisciplina y el trabajo duro.
 
De acuerdo a este argumento, las personas que son disciplinadas y trabajan duro pueden triunfar independientemente del ambiente en el que crecieron. Esto no es completamente cierto,  ya que aun alto porcentaje de la población se encuentra en situación de desventaja y tienen oportunidades muy limitadas para prosperar económica y socialmente. Los que no consiguen "triunfar", se sienten condenados, como nos explica un conocido sociólogo británico,  por su aparente falta de capacidad para hacer progresos materiales. Bajo estas condiciones, los individuos se ven presionados a "salir adelante" por los medios que sea, legítimos o ilegítimos.(Giddens, 1991)
 
Merton identifica  cinco posibles reacciones a los valores socialmente aceptados y los medios limitados para alcanzarlos. Los conformistas son aquellos que aceptan tanto los valores generalmente aceptados como los medios convencionales de lograrlos, independientemente que triunfen o no. La mayor parte de la población pertenece a esta categoría. Los innovadores son aquellos que, aceptando los valores socialmente compartidos, utilizan medios ilegítimos o ilegales para tratar de lograrlos. Los delincuentes que tratan de hacerse ricos con actividades ilegales son un buen ejemplo de este tipo de respuesta. Los ritualistas son aquellos que actúan de acuerdo con los valores socialmente compartidos pero que han perdido de vista los valores que originalmente impulsaron su actividad. Se trata de aquellos que siguen las reglas como si fueran un fin en sí mismas, sin un fin concreto, de un modo compulsivo. Un ritualista  sería aquel que realiza un trabajo aburrido, aunque carezca de perspectivas profesionales y no le reporte beneficios significativos. Los retraídos son aquellos que han abandonado el enfoque competitivo por completo, rechazando tanto los valores dominantes como los medios para conseguirlos. Este es el caso de los vagabundos, los drogadictos, los psicóticos, es decir, los desheredados de la sociedad, como escribió el propio Merton. La rebelión es la reacción de los individuos que rechazan tanto los valores existentes como los medios normativos y desean sustituirlos por otros nuevos y por otro sistema social. Los miembros de los grupos políticos revolucionarios pertenecen a esta categoría. ( Merton, 1965 y Giddens, 1991).
 
Desde el punto de vista conceptual, la teoría de la anomia ha sido criticada debido a las dificultades que experimenta para explicar porque se da un tipo de adaptación a la tensión y no otro (por ejemplo, innovación en vez de retraimiento), o por qué algunos individuos bajo tensión se conforman mientras otros se marginan. Ha sido criticada  también por ser demasiado general y porque el concepto de desviación que usa es visto más como un resultado que como un proceso.
 
A.2. Teoría de la asociación diferencial o de la subcultura
 
La teoría de la asociación diferencial o de la subcultura fue formulada por Edwin H. Sutherland  en el año de 1921 y trata de explicar el origen de la conducta criminal. A juicio de Sutherland, la conducta criminal no es innata. Es aprendida. Esto significa que la conducta criminal no es hereditaria y que el individuo que no haya sido educado en el crimen, no inventa la cultura criminal.
 
La conducta criminal, señala Sutherland, se aprende en un proceso de interacción con otras personas en un proceso de comunicación. Esto implica que la conducta criminal se aprende en el contexto  de los denominados grupos primarios (la familia, la escuela, el grupo de pares, etc.).  Entre estos grupos,  Sutherland, destaca el grupo de pares, es decir, el grupo de personas de la misma edad con los cuales el adolescente o el joven interactúan. Esto hace que en un ambiente en el cual el nivel de delincuencia sea alto, un muchacho sociable y extrovertido, establezca con relativa facilidad  relaciones con otros muchachos del barrio, aprende de éstos la conducta delictiva y acabe convirtiéndose el mismo en un delincuente. 
 
Un individuo se convierte en delincuente, sostiene Sutherland, en función de sus contactos con modelos criminales que le sirven como marco de referencia y cuando hay un exceso de definiciones favorables a la violación de la ley respecto a las definiciones desfavorables a la violación de la misma, esto es, cuando según un cálculo racional, hay mayores posibilidades para actuar impunemente que  ser castigado por su conducta. El aprendizaje de la conducta criminal, puntualiza Sutherland, incluye las técnicas del crimen
y la específica canalización de motivaciones, impulsos, racionalizaciones y actitudes. 
 
La delincuencia, puntualiza Sutherland, es una conducta subcultural  que se aprende en los grupos que viven en zonas de transición caracterizada por los bajos ingresos de sus habitantes y  el valor de los alquileres, en los cuales es más evidente y sentida la desorganización social, término que en la sociología norteamericana va asociado al slum,  al ghetto,  al barrio pobre y a las dificultades que este hecho trae consigo para participar en el estilo de vida típico de la clase media. (Sutherland y Creessey, 1966, Lamnek, 1987 y Pitch, 1980) 
 
Algunos autores han tratado de reformular algunos aspectos de la teoría de Sutherland para hacerla más operativa. Un ejemplo de ello es el intento de Daniel Glaser  quien sostuvo reformulando a Sutherland que un individuo sigue la conducta criminal en la medida en que se identifica con personas reales o imaginarias desde cuya perspectiva su conducta criminal parece aceptable. Con esta reformulación, Glaser remarca el hecho de que la conducta criminal es libremente escogida por los individuos que optan por ella y que para comprenderla es necesario integrar los valores, las frustraciones precedentes, los códigos morales aprendidos, la participación en los grupos y otros elementos de la vida de un individuo.(Pitch, 1980, pp. 65-67).
 
 
A.3. Teoría del etiquetamiento
 
Los teóricos de etiquetamiento interpretan la conducta delictiva como el resultado de un proceso de interacción entre los desviados y no desviados. Ellos señalan que los que representan las fuerzas de la ley y el orden,  o puesto en términos más generales, los que desde posiciones de autoridad pueden imponer las definiciones de moralidad convencional a otros, constituyen la principal fuente de etiquetaje. En consecuencia,  las etiquetas utilizadas para crear categorías de desviación social reflejan, por tanto, las estructuras de poder en la sociedad y son diseñadas por los más ricos para calificar a los más pobres, por los hombres para las mujeres, por los mayores para los más jóvenes y por las mayorías étnicas para las minorías.
 
Una vez que un individuo es etiquetado como delincuente, el o ella, nos explica un autor, es considerado como criminal y tratado como tal.  El individuo acepta eventualmente esta etiqueta y se comporta como  espera que se comparte, como un delincuente.  El primer acto de este drama  de etiquetamiento ha sido calificado por el sociólogo norteamericano Edwin Lemert en una obra Desviación humana. Problemas sociales y control social (1972) con el nombre de desviación primaria. La desviación secundaria se produce cuando el individuo acepta la etiqueta que se le ha colgado, se considera a sí mismo como delincuente y se comporta como tal.
 
El proceso de aprender a "ser delincuente", se nos explica, suele verse acentuado por las propias organizaciones que supuestamente se encargan de corregir la conducta consideradas como delictivas: reformatorios, cárceles e internados.  Como puede verse, la teoría del etiquetamiento llama nuestra atención sobre los efectos que tienen los agentes externos  en el control y tratamiento de las conductas que usualmente se consideran como delictivas y su potencial de refuerzo en la conducta delincuencial. (Giddens, 1991 pp. 163-164)
 
B.  Las teorías de la delincuencia juvenil
 
Las teorías de la delincuencia juvenil han surgido dentro de los parámetros de las teorías de la asociación diferencial o de la subcultura y la teoría de la anomia, integrando sus hallazgos y, por lo tanto, bajo su impronta. Dando por supuesto  que la delincuencia juvenil de bandas es un fenómeno esencialmente urbano, que está asociado al crecimiento de las ciudades, al desarrollo y consolidación de  los slums  o áreas de bajos ingresos en las mismas y de la falta de oportunidades que privan en ellos, las teorías sociales que intentan explicar la delincuencia juvenil de bandas han tratado de identificar los rasgos característicos de lo que se ha dado en llamar la subcultura de la delincuencia juvenil y los factores sociales que inducen a los jóvenes a involucrarse en este tipo de actividades. 
 
En el marco de estas preocupaciones, uno de los aportes más importantes para la comprensión de las bandas juveniles proviene de Albert  K. Cohen (Los jóvenes delincuentes. La cultura de la banda,1955) quien integra justamente estas dos tradiciones. Cohen  señala que la cultura delincuente de las bandas juveniles  es gratuita, a veces  maligna y destructiva. En su interior, señala Cohen, "robar por el placer de robar" independientemente de consideraciones de ganancia y de provecho, es una actividad a la que se atribuye valor, audacia, prestigio, y una profunda satisfacción. En los esfuerzos empleados, en el riesgo que se corre por robar cosas que, con frecuencia son -más tarde- desechadas, destruidas o regaladas, no hay un cálculo en términos racionales, inspirados en un criterio cualquiera de utilidad". (citado por Pitch, 1980,  p. 115).
 
 B.1 La subcultura del delincuente juvenil
 
La subcultura de los muchachos delincuentes se caracteriza además, según Cohen, "por estar constituida por un conjunto de reglas y modelos de vida distintos a las normas de la sociedad adulta "respetable" o bien indiferente a ésta o por añadidura en conflicto con la misma". (Idem). Otra característica de esta subcultura es el hedonismo inmediato, la búsqueda del placer "ya mismo" y el espíritu de grupo. (Ibidem, p. 116) La subcultura del delincuente juvenil se forma, señala enfáticamente Cohen, como cualquier otra subcultura, es decir, cuando un cierto número de individuos con similares problemas de adaptación se encuentran en una situación de interacción efectiva. Esto significa que la subcultura es un tipo de solución para ciertos problemas que se les presentan en la misma forma a un conjunto de individuos.
 
Siguiendo el argumento de la teoría de la anomia,  Cohen identifica el origen de estos problemas en la ambivalencia con que llega a encontrarse el joven de las clases sociales de bajo ingreso respecto a los valores de su clase y a los de la clase media que le trasmiten agencias de socialización como la escuela y los medios de comunicación.  Entre los valores de clase media que se difunden Cohen identifica la movilidad social a toda costa, la eficiencia y la responsabilidad individual, la racionalidad respecto a los objetivos, el respeto a la propiedad y el uso constructivo del tiempo libre. Estos valores contrastan con los valores de la clase trabajadora de la cual procede el joven que enfatizan la ética de la reciprocidad, un mayor énfasis en el uso de la fuerza, un énfasis menor sobre el valor del ahorro y del "placer postergado" y un mayor sentido de colectividad.
 
Al enfrentarse a estos valores de clase media, el joven de la clase trabajadora de bajos ingresos experimenta una gran desventaja, ya que estos valores al no aplicarse a la clase social a la cual pertenece, tienden a disminuir su percepción positiva y su autoestima. Esto le genera al joven de la clase trabajadora un problema de adaptación ante el cual hay varías alternativas, una de las cuales consiste en participar en la creación y conservación de una subcultura delincuente. (Ibidem, pp. 116-117)  En la subcultura delincuente descrita por Cohen la oposición a los valores de la clase media no es consciente y voluntaria, coherente con un sistema alternativo, sino que más bien una manifestación de un conflicto psicológico insconsciente, de un estado de anomia subjetiva que no se traduce en una toma de consciente en términos realistas. En su esquema no queda lugar para la elección basada en una consideración realista de las propias condiciones objetivas. (Pitch, p. 120).
 
En su libro Delincuencia y oportunidades. Una teoría de las bandas delincuentes (1960),  R. A. Cloward y L. E. Ohlin  se propusieron desarrollar el modelo de  Cohen liberándolo de sus incoherencias. Para ellos,  el origen de la subcultura delincuente se encuentra en la frustración experimentada por los jóvenes de las clases de bajos ingresos en su deseo de mejoras de su status económico. Esta frustración es el resultado de la contradicción que se produce entre los objetivos prescritos por la cultura dominante y los objetivos replanteados por los adolescentes, en base al tipo de aspiración y a la percepción de las posibilidades reales de obtenerla. Cuando el fracaso en el intento de mejorar la propia situación social es atribuido  por el adolescente de la clase de bajos ingresos al tipo de organización social más que a sí mismo, se desarrolla en el un sentimiento de privación injusta.
 
A partir de este razonamiento, Cloward y Ohlin identifican tres tipos de subculturas delincuentes: la subcultura criminal "que consiste en un tipo de banda consagrada al robo, a la extorsión, y a otros medios ilegales para procurarse dinero"; la subcultura conflictiva "un tipo de banda en que predomina el recurso a la violencia como forma de lograr un status" y la subcultura abstencionista, "es decir, un tipo de banda que se caracteriza particularmente por el consumo de drogas". Para explicar la subcultura delincuente, Cloward y Ohlin introducen el concepto de posibilidad diferenciada de acceso a medios legítimos e ilegítimos. A su juicio, el origen de la conducta desviante deben relacionarse no solamente con el sistema legítimo sino que también con el sistema ilegítimo. Según ellos, la adopción de ciertas conductas desviantes se debe no a variables como la edad y el sexo, sino que al tipo de ambiente social en que tiene lugar.
 
La subcultura  criminal es propia de los barrios pobres integrados en los cuales existe una organización criminal adulta estratificada según la edad y con estrechos vínculos con la organización juvenil de banda allí existente.  La subcultura conflictiva es propia de los barrios pobres desorganizados, en donde la movilidad geográfica y social es elevada y existe una alta tasa de precariedad e inestabilidad en todos los componentes de la vida social. Al no existir una organización criminal adulta que permita la integración entre valores criminales y  los valores de la pandilla juvenil,  no se desarrolla una estructura estable de posibilidades criminales: por lo tanto, es característica de esta zona un tipo de criminalidad individualista, poco remunerativa, desprotegida y la delincuencia juvenil opta por la conducta violenta y el conflicto permanente con las otras bandas como forma de adquirir status. En este tipo de cultura juvenil predominan los "puñetazos" y riñas con otras pandillas.  La condición de doble fracaso es fundamental en la subcultura abstencionista,  la que "puede surgir a consecuencia de las limitaciones existentes en el empleo de medios ilegítimos, tanto en el caso en que tales limitaciones se presenten como prohibiciones internalizadas, como en el caso en que se presenten como obstáculos socialmente estructurados".
 
En su obra Los prejuicios sociales (1963), P. Heinz ve la delincuencia juvenil como un fenómeno esencialmente grupal a diferencia de la delincuencia adulta que es más bien un fenómeno individual. A su juicio, en la formación de las bandas de delincuentes juveniles intervienen factores causales como los siguientes:
1.    La emancipación de la familia. Debido a los conflictos y frustraciones familiares, el adolescente se desarraiga de su familia y se orienta hacia el grupo de compañeros que tienen frecuentemente problemas similares a los suyos.
2.    La inseguridad de status. Al no poseer un status reconocido por la sociedad y estar sometido a una serie de normas contradictorias, a ciertos adolescentes se les hace difícil adaptar su comportamiento a las normas institucionalizadas. Es por esta razón que, para este tipo de personas el comportamiento desadaptado aparece como el más asequible y a menudo el único que él ofrece las gratificaciones sociales que desea.
3.    El conflicto generacional. El joven que se siente desarraigado del entorno carencial en el que habita suele refugiarse en el grupo de compañeros en una situación semejante y llega a crear una subcultura propia que se define, por oposición, al grupo de adultos. Naturalmente, que este conflicto generacional no solo es propio de los jóvenes socialmente desadaptados sino que es también un fenómeno propio de la juventud en general.
4.    El concepto de hombría. Debido frecuentemente a la ignorancia del entorno social respecto a los problemas del joven, este recurre a “actos de hombría” para atraer la atención. Esta búsqueda de prestigio,  de protagonismo y de afán de dominio, asume frecuentemente una importancia crucial en la comprensión del comportamiento del joven social inadaptado.
5.    La frustración. Debido a su situación de anomia, esto es, a la tensión permanente entre las metas sociales y los medios legítimos para acceder a ellas, con suma facilidad de los jóvenes de los grupos más carenciados de la sociedad pueden desarrollar una actitud permanente de frustración social que pavimenta el camino hacia la conducta socialmente inadaptada. ( Valverde Molina, 1996, pp. 78-79)
 
Resumiendo sus hallazgos después de comparar grupos de jóvenes delincuentes negros y blancos de clase media, J. F. Short (1967) en un artículo publicado en 1967, llegó a algunas conclusiones que es importante relevar: a) Los valores sostenidos individualmente entre los jóvenes son diferentes a los grupales; b) existen ciertos factores de azar, más frecuentes en las clases de bajos ingresos, que aumentan la posibilidad de que se produzca una cultura delincuente. Entre estos factores hay que mencionar el uso de armas, el consumo de alcohol y drogas, el hábito de dirimir las disputas mediante peleas callejeras  y la gran cantidad de tiempo que se pasa en la calle; c) la subcultura delincuente contribuye más a una compensación de status, a la búsqueda de prestigio social, que a una compensación económica;  d) Los miembros de la banda se orientan más hacia sus propios compañeros que hacia los adultos, y, e) la cultura de la banda no es diferente sino que opuesta a la de la clase media. (Citado por Valverde Molina, 1996, pp. 80-81).
 
 
 
 
B.2.  Los estudios sobre la delincuencia juvenil en América Latina
 
Los estudios sobre las pandillas y la delincuencia juvenil de bandas han tendido a enfatizar los factores generales que tienen un efecto determinante sobre la conducta exhibida por los jóvenes adscritos a las mismas.
 
Antes de referirnos específicamente a los mismos,  veamos los factores  determinantes de la delincuencia juvenil identificados por los asistentes al Séptimo Congreso de las Naciones Unidas sobre prevención del delito y tratamiento del delincuente celebrado en Milán, Italia, en la segunda mitad del año de 1985. En una de las resoluciones de este Congreso puede leerse lo siguiente: "Teniendo en cuenta que el desempleo, el bajo nivel de vida, el analfabetismo, la insuficiencia de la educación en la familia, en la escuela y en las instituciones de formación profesional, así como otras manifestaciones de injusticia social, tales como la discriminación racial y nacional, son factores que influyen en la delincuencia juvenil". (Séptimo Congreso, 1985, p. 93).
 
En el mismo sentido, en otra resolución del Congreso en referencia puede leerse lo siguiente: "Teniendo presente que la aprobación que otorgo el Sexto Congreso de las Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente al Informe del Grupo de Trabajo de la Comisión I del Congreso, en el que el grupo de trabajo declaró en general que estaba de acuerdo, entre otras cosas, con la necesidad de iniciar y seguir la investigación y el análisis de la relación existente entre la delincuencia y cuestiones socioeconómicas concretas, por ejemplo, el empleo, la migración, la urbanización y la industrialización, así como cuestiones socioculturales, tales como la función de la familia y la escuela en la educación, teniendo en cuenta la diversidad de situaciones nacionales y aprovechando las experiencias nacionales y regionales". (Séptimo Congreso,  1985, p. 95). Como podrá verse,  esta lista de factores coincide en buena medida con los factores determinantes de la delincuencia sobre los cuales han llamado la atención varios estudios realizados en subcontinente latinoamericano.
 
"El problema de la delincuencia juvenil", se nos explica, "pasa por reconocer la existencia de una red de relaciones macroestructurales, en las que sé interrelacionan características del proceso de urbanización, mercado laboral, desempleo y pobreza. El contexto en que se desenvuelven la mayoría de los jóvenes delincuentes y menores infractores", se enfatiza, "es de mucha pobreza, vulnerabilidad y exclusión social". (Salomón, Castellanos y Flores, 1999, p. 16). A estos factores se agrega usualmente la migración rural-urbana y la migración internacional. Es de sobra sabido que el fenómeno de la
delincuencia juvenil de bandas ha estado influido de manera directa e indirecta por la subcultura de las pandillas y de la delincuencia juvenil de banda de los Estados Unidos. El problema de los mareros en Centroamérica  han tenido experiencia en las pandillas juveniles en los Estados o han mantenido estrechas relaciones con las pandillas de países vecinos como El Salvador, Guatemala y Honduras.
 
Estos factores de naturaleza estructural actúan como especie de mar de fondo que ejercen un efecto determinante en espacios sociales más restringidos que son vitales para entender la delincuencia juvenil de bandas como la familia, la escuela, el mundo del trabajo y el grupo de pares. Sin embargo, estos factores, se ha señalado, son insuficientes para explicar porque en los sectores de bajos ingresos de nuestras sociedades unos optan por la conducta delictiva y otros no. Para poner este problema en perspectiva, es de gran utilidad reproducir textualmente lo que dice un estudioso de esta problemática: "Si bien la pobreza, la falta de escuela y de trabajo, la situación de la familia, la incapacidad de los padres, la violencia en la vida del joven, son factores que inciden en la desviación juvenil, en muchos casos resultan insuficientes para explicar el fenómeno. Muchos jóvenes pobres y sin educación no delinquen, mientras que otros menos pobres y con algún nivel educativo si lo hacen. La calidad de las relaciones sociales que construye el joven, a la que contribuye tanto la situación económica y educativa, así como su experiencia vivencial, es fundamental para explicar la delincuencia juvenil. De la forma como se desarrolle, entre otras, la relación con su entorno afectivo, con sus patrones de referencia y con su espacio privado y público depende, en buena parte, la incursión de jóvenes en conductas consideradas socialmente desviadas".  (Citado por Salomón, Castellanos y Flores, 1999, p. 20).
 
Aunque no resulta del todo clara, esta referencia nos acerca un poco a la discusión que sobre la delincuencia juvenil se ha desarrollado en la sociología norteamericana que ha destacado la importancia de los modelos de conducta criminal con los cuales los jóvenes se identifican y la relevancia que tienen para la compresión de la misma el grupo de pares en la definición de la ruta de la delincuencia por la que algunos de ellos optan. En este sentido, ha sido destacado el gran apoyo, respeto y el espíritu de solidaridad que encuentra el joven pandillero en los compañeros o pares que forman parte del grupo al cual él ha decidido adherirse y con el cual comparte una subcultura específica.
 
Haciéndose eco de este tipo de enfoque  multifactorial que ha dominado la discusión y estudio del fenómeno de la delincuencia juvenil de banda en América Latina, la Unidad de Maras de la Policía preventiva, ha identificado una amplia gama de factores determinantes del fenómeno de las pandillas juveniles y de la delincuencia juvenil de banda.
 
Voy a dividir en dos bloques esta extensa lista de factores determinantes del fenómeno según la policía. Veamos el primer bloque:
 
 1. Factor económico: Es el motivo prioritario que juega un papel fundamental y acondiciona en forma adecuada a la población, para el crecimiento de este fenómeno. Es la carencia de oportunidades de superación para la clase baja y fomenta el crecimiento de las bandas criminales juveniles.
 2. Desintegración familiar: Consiste en la separación conyugal de los padres; esto conlleva a que los niños crezcan solo con uno de ellos, con pariente o con los abuelos. La carencia de un núcleo familiar bien formado permite en el adolescente ser más vulnerable y entra a una mara en busca de compresión, apoyo y hermandad ficticia que le brindan otros jóvenes en igualdad de circunstancias; 3.Pobreza: El mayor índice de membresía pandillera lo encontramos en jóvenes de clase media y baja, ya que utilizan a la pandilla para cometer delitos y subsistir.  
4.Desempleo: La falta de personas profesionales y capacitadas; las plazas laborales son muy escasas y limitadas, por lo que la violencia y la criminalidad aumenta día con día. Casi todos los delincuentes juveniles delinquen para suplir sus necesidades y se acostumbran a obtener dinero fácil y muchas veces aunque se les presente la oportunidad de trabajar honestamente prefieren persistir en su vida criminal.
 
Veamos, ahora, el segundo bloque de factores determinantes del fenómeno social de las pandillas,  según el juicio de la policía:
 
5. Pérdida de valores morales: es provocada por la adopción de valores de culturas extranjeras impuestos por los medios de comunicación (cine, T: V: , radio, revistas, etc.); 7. Deserción escolar: (...) Actualmente muchos adolescentes renuncian a la educación y no terminan sus estudios. Esto genera mayor índice de jóvenes desocupados (que se convierten en) presa fácil de las marras;
6. Influencia de la televisión: La mayoría de los programas que se presentan por los medios de comunicación contienen un cargamento de escenas violentas, que nos podrían hacer pensar que el uso de la violencia es común en estos días, pero no. Aparte de las películas de acción existen otras que nos proporcionan mensajes negativos o de rebeldía que por naturaleza nuestra infancia tiende a imitar. Generalmente las series y programas de la TV. son filmados en los EE.UU. y el nivel de educación y cultura varías notablemente, por lo que nuestros jóvenes ignorantes imitan las influencias de las culturas extranjeras creyendo que es la moda y poco a poco se olvidan las raíces y costumbres de nuestra tierra;
 
conducta criminal sin tener en cuenta  el contenido de reforzamiento de la conducta delictiva que esta actitud punitiva puede tener entre los adolescentes infractores.
 
 
 
C.  DELITO y ENTORNO SOCIAL
 
C.1. Delito y pobreza.
Los patrones de comportamiento de las personas no se pueden comprender haciendo abstracción del entorno social en el cual viven y se desarrollan. Esto se aplica también a la comprensión y explicación del comportamiento de las conductas sociales que las leyes consideran como delictivas, las que, como cualquier otra,  están determinadas en buena medida por el entorno social en el cual viven y se desarrollan los delincuentes.
 
Esto es cierto incluso para las teorías sociológicas de la delincuencia y la criminalidad que  han sido marcadas por la impronta de los estudios sobre el medio social a partir del cual se han desarrollado. Ellas han sido elaboradas,  en buena medida, a partir de la realidad social de los delincuentes del bajo mundo, del barrio pobre.  Así, por ejemplo, la teoría de la anomia y la teoría de la  asociación diferencial o de la subcultura tienen en común, como señala un autor, "la asunción de que la delincuencia está concentrada en los grupos de la clase baja trabajadora. Sin embargo, la teoría de la  asociación diferencial o de la subcultura,  no postula la idea de que los que delinquen reflejan una condición de frustración social, sino que se trata de una "conducta "normal" dentro de una subcultura particular y que, por tanto, se aprende del mismo modo que cualquier otra forma de conducta social" (Rutter y Giller, 1988, pp. 180-181).
 
La teoría de la asociación diferencial o de la subcultura postula que el aprendizaje de la delincuencia se logra mediante un proceso  de asociación con aquellos que cometen delitos y por la frecuencia y consistencia que una persona tiene contactos con patrones de conducta delictiva. Refiriéndose a los jóvenes, dos autores anotan lo siguiente: "Existen muchas observaciones que son consistentes con la noción general de que mezclarse con delincuentes hace que sea  más probable que uno mismo se convierta en delincuente. La mayoría de los actos delictivos son cometidos en compañía de otras personas. La delincuencia está tan fuertemente asociada con la delincuencia en un hermano o una hermana como con la criminalidad en los padres. Los jóvenes que viven en una área de alta delincuencia o que van a escuelas también con alta delincuencia tienen más posibilidades de volverse delincuentes que chicos similares que viven en otras áreas o que van a otras escuelas. Los chicos que tienen amigos delincuentes tienen más probabilidades de admitir la conducta delictiva que los chicos que dicen que no tienen amigos delincuentes. La probabilidad de que un chico cometa un acto delictivo específico depende estadísticamente de la comisión de actos similares por otros  miembros de su grupo amigos,  y, el número de actos delictivos cometidos por los amigos de un chico concreto y por sus conocidos predice sus propias condenas futuras". (Rutter y Giller, 1988, p. 182)
 
C.2. Los delitos de cuello blanco
 
A pesar de la estrecha relación que ha existido en la teoría sociológica entre la pobreza de las clases sociales de bajos ingresos y la delincuencia, hace ya varias décadas que Edwin Sutherland llamó la atención sobre los delitos que cometen las clases de altos ingresos a la que denominó delitos o delincuencia  de cuello blanco. Con esta expresión,  Sutherland describió aquellos delitos cometidos por personas que ocupan una destacada posición de poder económico, social y político. La primera vez que Sutherland se refirió a la delincuencia de cuello blanco fue el  XIV Congreso de la Asociación Sociológica Norteamericana celebrado en Filadelfia en el año de 1939. Posteriormente escribió en el año de 1945 un artículo denominado "El crimen de cuello blanco" y finalmente publicó un libro con el mismo nombre en el año de 1949. Con la introducción de este concepto,  Sutherland amplió el objeto de estudio de la criminología a un ámbito que había sido permanentemente desatendido y que fue, a partir de sus estudios pioneros, un campo de renovado interés.
 
Se ha discutido si  el concepto de delincuencia de cuello blanco solo es aplicable a determinados delitos (por ejemplo, uso de información privilegiada, evasión de impuestos), o si debe ser aplicada también a otras formas de delincuencia (por ejemplo, infracción de reglas de seguridad e higiene en el trabajo que provocan muertes), o incluso al crimen organizado (mafia).  Es también materia de debate en criminología el hecho de que a pesar de que las consecuencias de  esta delincuencia frecuentemente  son más graves que las causadas por el delito común, provocan una menor alarma social y reciben menor atención teórica y jurídica dotándola de una gran dosis de impunidad y de atención pública. (Giner, et. al., 1998, p. 177)
 
C. 3. Tipos de delitos y entorno social
 
C. 3. 1. Delitos en contra de la propiedad
 
 Hace muchos siglos se establecieron leyes para proteger las formas de propiedad que se consideran vitales para la supervivencia y prosperidad de las comunidades. Los sistemas jurídicos  modernos contienen un cuerpo cada vez más grande y detallado de leyes que tratan de delitos en contra de la propiedad.
 
Entre los delitos  en contra la propiedad se puede mencionar el hurto. Se comete delito de hurto cuando una persona con intenciones de robar, se apodera de bienes que pertenecen a otra persona, sin el consentimiento de esta. Usualmente, se clasifican las acciones de hurto en mayor y menor y los criterios de clasificación varían según sean los países. Hay también los denominados robos cuando hay apropiación de objetos de otras personas en contra de la voluntad de las víctimas pero sin violencia. Una variante del robo es el robo con allanamiento que ocurre cuando el delincuente fuerza la entrada de una residencia y penetra en ella. El asalto  es un delito en el cual el delincuente recurre a la fuerza o a la amenaza real de usarla para despojar a la víctima del dinero o de algún bien. El asalto difiere del robo, el desfalco, la falsificación y muchos otros delitos en contra de la propiedad en que el perpetrador se enfrenta y domina físicamente a su víctima.
 
La mayoría de los autores de delitos en contra de la propiedad, observa un autor refiriéndose a los Estados Unidos, "se describen a sí mismos como llenos de problemas económicos, si bien sus conceptos de necesidad varían. En verdad que la gran mayoría de quienes cometen delitos en contra de la propiedad y que son llevados a los tribunales proceden de los peldaños más bajos de la escala socioeconómica. Sin embargo, varios investigadores han formulado la hipótesis de que las personas más prósperas de la sociedad norteamericana cometen "delitos" como parte de sus actividades de negocios normales, por ejemplo, delitos consistentes en inflar las cuentas de gastos y en vender mercancías defectuosas". "Una sociedad", dice en tono enfático el autor que venimos citando, "que estimule continuamente el sueño del éxito material a través de sus medios de comunicación masiva, pero que no proporcione maneras adecuadas de obtenerlos legítimamente, estará abrumada por problemas crónicos de penuria relativa. Así, pues, aunque el miedo a ser capturado y castigado sirva de influencia restrictiva, la privación real y admitida o fantasiosa servirá para estimular ciertos delitos". (Sarason, 1981. p. 428). Esto, como es obvió, es perfectamente aplicable a la sociedad hondureña o a cualquier otra sociedad latinoamericana, sobre todo,  en estos tiempos de globalización y libre mercado.
 
C. 3. 2. Delitos en contra de la vida de las  personas
 
Los delitos en contra de la propiedad se consideran a menudo como más fáciles de comprender y explicar en vista de las tensiones que existen entre las necesidades y las metas sociales. En cambio, las motivaciones de los delitos en contra de la vida  las personas suelen ser  más complejos. Son delitos en contra de la vida de  las personas la agresión, la riña, el asalto a mano armada en la que hay intento de matar, el suicidio y el homicidio. El homicidio puede asumir la forma de asesinato (cuando es alevoso), de parricidio (cuando se asesina a un pariente) y homicidio culposo (cuando se quita la vida a una persona por imprudencia o negligencia).
 
 En el caso del delito más grave en contra de la persona, el asesinato, se consideran varios factores para determinar la pena. ¿Estaba el homicida protegiendo su hogar, sus propiedades o su propia persona? ¿Fue el crimen de carácter pasional? ¿Hubo premeditación? El asesinato es, por lo general, un acto impulsivo y a menudo es provocado por condiciones de stress intolerables. Los estudios sociológicos del asesinato y otras formas de crímenes violentos  sugieren que en algunos grupos se espera que, en ciertas situaciones, ocurran actos de violencia. Estos estudios han mostrado que las proporciones de homicidios parecen ser más elevadas en regiones donde existe la creencia compartida de que una afrenta, un desaire o un insulto obliga al receptor a reaccionar con la violencia física. Se ha usado el término de subcultura de la violencia para referirse a grupos que comparten esta creencia. La necesidad determinada culturalmente de defender el honor por medio del enfrentamiento físico es una causa importante de asesinato. No debe echarse al saco roto la influencia que en la generación de la violencia física ejercen los medios de comunicación masiva que glorifican la violencia, los que ya sea en forma premeditada o sin intención,  pueden estimular conductas agresivas en los individuos y en los grupos.
 
C.3.3.  El crimen organizado
 
El término crimen organizado se usa para referirse a una asociación de criminales que se reúnen de tanto en tanto y cooperan entre sí según las necesidades. Entre las principales ramas del crimen organizado se encuentran el juego, el tráfico de drogas, la prostitución, la trata de blancas, el secuestro, la falsificación de dinero y otros. Al menos en los Estados Unidos se ha señalado que gran parte del personal del crimen organizado se recluta entre exprisioneros y delincuentes juveniles. Esto puede ser cierto en países como los nuestros, pero para afirmarlo se requiere de investigación y verificación.  Debido a que la mafia siciliana ha sido la forma más desarrollada del crimen organizado en los Estados Unidos, el concepto de mafias se ha vuelto como sinónimo de crimen organizado.
 
Refiriéndose a la funcionalidad del crimen organizado en esta época de globalización y libre mercado, un autor ha dejado anotado lo siguiente: "La globalización de la economía ocurre conjunta e interrelacionadamente con la estructuración de una red criminal globalizada. El desarrollo de las comunicaciones, de los medios de transporte, la liberalización de las economías y la desregulación de los mercados financieros son aprovechados por las mafias criminales, para todo tipo de actividades ilícitas. Contrabando de mercancías, metales preciosos, trata de blancas, usura, secuestro, juego, fraude y extorsión, falsificación de dinero, documentos financieros y pasaportes, tráfico ilegal de objetos  del patrimonio cultural de las naciones, de obras de arte robadas y de basura tóxica. Pero nada es más importante entre las actividades ilícitas que el narcotráfico. Y este se ha vuelto funcional al capitalismo global. Solo en el blanqueo de dinero se calcula que circulan hasta trillones de dólares". (Verduga Vélez, 2000, p. 151)
 
 
 
 
D.  ASPECTO SOCIOLÓGICO DE LA DELINCUENCIA DEL NARCOTRÁFICO
 
 
D.1.  Los beneficios del narcotráfico
 
El elemento crucial del mundo de la droga, o por lo menos del narcotráfico,  son las enormes ganancias que obtienen los traficantes. Se ha calculado que a finales de los ochenta, las ventas anuales de drogas en los Estados Unidos superaban los 110 mil millones de dólares. Esto es, más del doble de las ganancias sumadas de las 500 compañías más poderosas de los Estados Unidos recogidos por la revista Fortune. (Smith, 1993,  p. 37). En América Latina, especialmente en los países productores, la enorme concentración de recursos económicos que genera la droga en manos de "carteles" de traficantes,  ha representado un enorme desafío a la autoridad gubernamental. En este aspecto, Colombia es, seguramente, el caso más paradigmático.
 
En la práctica, el fundamento económica y social  del narcotráfico es la presencia y el poder de la demanda del consumidor. La demanda de drogas es más notoria en los países industriales avanzados, en Europa y en los Estados Unidos. Es la demanda de estos países, sobre todo la de los Estados Unidos, la que crea el mercado de drogas para los países productores de América Latina. Entre los principales países productores de droga en América Latina se encuentran Colombia, Perú, Bolivia, México y secundariamente Ecuador y otros países.
 
Como ha enfatizado un autor, la tolerancia legal al consumo de drogas se ha desarrollado más por convención social que por evidencia científica. De acuerdo con la ley de los Estados Unidos, se encuentran legalmente autorizadas por lo menos dos tipos de drogas importantes: el alcohol y el tabaco. Estas dos drogas, han tenido un impacto negativo sobre la salud física, psicológica y social de los norteamericanos y de la gente de otras partes del mundo. Su consumo ha llevado directa o indirectamente a muchas personas a la muerte. Pero debido a la historia, a la costumbre, a la tradición y a poderosas razones de economía, se trata de drogas legales y es seguro que seguirán siéndolo. Otras drogas han sido declaradas, en forma más o menos arbitraria, como ilegales. Estas drogas son las siguientes: la marihuana, la cocaína, la heroína y las llamadas drogas peligrosas. (Smith, 1993)
 
La Marihuana procede de las hojas deshidratadas y las puntas florecidas de la planta del cáñamo,  las que, al ser fumadas, ofrecen una sensación de intoxicación y placer. Entre sus variedades se encuentran la cannabis y el hashish.
 
La Cocaína es un alcaloide cristalino obtenido de las hojas de la coca, que tiende a producir sensaciones de estimulación y de euforia. En forma de polvo blanco, conocido como clorhidrato de cocaína,  la cocaína puede ser inhalada (absorbiendo por la nariz o bien fumada por medio de una pipa o un tubo), o disuelta por inyección intravenosa. Combinada con soda y agua,  y calentada hasta crear una forma de cocaína conocida como "crak", puede ser fumada.
 
La heroína es un narcótico que causa adicción. Se deriva de la amapola del opio y se obtiene por medio de acetilación. Es más poderoso que la morfina y se administra por medio de inyección intravenosa, pero también se le puede fumar o absorber.
 
El término drogas peligrosas se refiere a la vasta categoría de sustancias, lícitas e ilícitas, que incluyen drogas naturales o sintéticas (sustancias psicoactivas) tales como estimulantes, aparte de la cocaína, analgésicos-narcóticos que no deriven del opio, los alucinógenos psicomiméticos que no sean cannabis, y los sedantes depresores que no sean alcohol. Engtre los ejemplos pueden incluirse la metanfetamina, la fenciclidina (PCP), el ácido lisérgico diettilamida (LSD o "ácido"), la psilocibina y la metacualona (Quaalude).
 
Los países de América Latina producen o transbordan más del 80% de la cocaína  que y el 90% de la marihuana que ingresa a los Estados Unidos. (Debe observarse que Estados Unidos produce al menos  una tercera parte de la marihuana que se consume en el país y es uno de los principales productores mundiales de la metanfetaminas y de las llamadas drogas del "diseñador"). La preocupación por la cocaína motivo a las autoridades estadounidenses a prestar atención especial a la producción d hojas de coca en naciones de los Andes (Bolivia, Perú, Colombia y Ecuador) y a los cárteles de proceso y tráfico residentes en Colombia. México y Guatemala también producen una parte menor de la oferta mundial de opio, aunque abastecen tal vez a un tercio del mercado en los Estados Unidos.
 
La producción internacional de la droga es sumamente móvil. Por ejemplo, bajo fuerte presión de los Estados Unidos, Colombia hizo a finales de la setenta enormes esfuerzos para erradicar la producción de marihuana, con éxito considerable. Uno de los principales efectos de esta acción,  fue la expansión de la producción en México. Entonces, los Estados Unidos hicieron presión sobre México, que intensificó su propia campaña contra la producción de marihuana. Se redujo la producción en México y se produjo, en consecuencia, un rápido aumento de la producción de marihuana en los Estados Unidos. Un proceso similar ocurrió en el mercado de heroína que,  tras la ruptura de la denominada "conexión francesa",  a comienzos de los setenta, la producción en gran escala de la planta de opio pasó de Turquía a México.
 
D.2. Impacto del narcotráfico en los países productores
 
Desde el punto de vista económico, el tráfico internacional de drogas  es un negocio altamente lucrativo para los países productores. Según los medios informativos de los Estados Unidos, hacia mediados de la década del 80,  las ganancias por el tráfico internacional de drogas fueron de 4000 millones de dólares para Colombia, de 1500 millones de dólares para Perú y Bolivia. La generación de puestos de trabajo es otra de lo que podíamos considerar consecuencias beneficiosas de la producción y tráfico de drogas es la generación de una multitud de puestos de trabajo. En Bolivia, se ha calculado que la cocaína ofrece entre 350.000 y 400.000 empleos directos. Existen muchos profesionales como abogados, contadores, banqueros, albañiles, etc., que se benefician del efecto multiplicador de la industria de la cocaína.
 
Los valores económicos de los envíos de droga se correlacionan con los niveles de riesgo percibidos. La mayor parte de las ganancias se quedan en manos de los distribuidores o intermediarios y no de los productores. Una gran parte del dinero de las drogas se queda en los Estados Unidos. La venta de drogas al menudeo constituye un negocio de muchos miles de millones de dólares y casi todas las transacciones se efectúan en billetes de 5, 10 y 20 dólares. Como resultado, algunos distribuidores acumulan de 500 a 1500 kilos en billetes mensualmente. Su dificultad estriba en encontrar un lugar seguro y accesible para su dinero, lo cual conduce a una búsqueda constante y clandestina de bancos y banqueros discretos, de modos de trasladar el dinero de un país a otro, de medios respetar de invertir fondos, es decir, de "lavar" el dinero de la droga. Los embarques de dinero se efectúan en portafolios, en maletas y en contenedores de cargamentos industriales.
 
Las rutas de tráfico y distribución son extremadamente flexibles. En respuesta a  nuevas oportunidades o desafíos, los traficantes cambian de ruta de un país a otro o de un medio de transporte a otro. El riesgo creciente de sufrir aprehensiones en el Caribe hizo que los cárteles colombianos cambiaran sus rutas de tránsito de Florida a México. Durante gran parte de los ochenta, numerosos embarques entraron en los Estados Unidos por medio de aviones de bajo vuelo, utilizando pistas de aterrizaje clandestinas. Para finales de los ochenta, los distribuidores empleaban elaboradas maneras de ocultamiento (como troncos ahuecados), contenedores de cargamento y, en muchos casos, "tragadores" individuales, que llevaban dentro del cuerpo condones llenos de cocaína o de heroína, mientras viajaban en líneas aéreas comerciales.
 
Pese al hecho de que la mayor parte de las drogas se destinan a la exportación, sobre todo a los Estados Unidos, una proporción considerable de la droga se quedan en la región. Las drogas producidas en América Latina incluyen, entre otras, hojas de coca y sus derivados, pasta de coca, y clorhidrato de cocaína; opio y heroína, marihuana y toda una variedad de plantas naturales que tienen efectos alucinógenos.
 
D.3. El consumo de las drogas en América Latina
 
El consumo de drogas en América Latina sigue dos líneas distintas. Por una parte, existe un consumo de drogas esencialmente similar al que  puede encontrarse en cualquier parte del mundo occidental. Por la otra, hay cierto tipo de uso que se debe a relaciones culturales, ya antiguas, de la región.
 
Al igual que en los Estados Unidos y en los países de Europa Occidental, el alcohol y el tabaco son las drogas más comunes, y su uso llega a todas las edades y estratos sociales. Las drogas psicoactivas son utilizadas en distintos grados por jóvenes, con fines recreativos. La marihuana es consumida básicamente en las ciudades. Tranquilizantes y estimulantes son tomados por hombres y mujeres de todos los grupos  de edad. La heroína, la morfina y las drogas relacionadas parece que todavía no representan un problema tan grave. Se está produciendo un creciente consumo de la cocaína entre la juventud de diferentes estratos sociales.
 
Entre las formas específicas de consumo de drogas que están asociadas a variables sociales y culturales tenemos las siguientes: 1) el uso ritual de plantas naturales con efectos alucinógenos; 2) mascar hoja de coca, lo que se practica mucho en la región andina, especialmente en los estratos socioeconómicos de las zonas rurales; 3) fumar pasta de coca, lo que ha mostrado un enorme aumento en años recientes, y, 4) inhalar solventes, principalmente entre niños de los sectores más pobres de la sociedad.(Smith, 1993).
 
 
E.  EL CONTEXTO SOCIOLÓGICO DE LOS DELITOS DE TIPO SEXUAL
 
E.1. Bases socioculturales de los delitos de tipo sexual
 
El sexo y la vida amorosa constituyen una necesidad biológica y social de los seres humanos que se realiza bajo patrones culturales determinados.
 
Las leyes tratan de establecer los escenarios en los cuales las relaciones sexuales son consideradas como socialmente aceptadas. El carácter delictuoso de las relaciones sexuales está determinado por la falta de consentimiento de las partes, por la forma y el lugar en que se realizan. Entre las principales formas de delitos de tipo sexual se pueden mencionar la violación, el incesto, el exhibicionismo y otros actos sexuales relacionados.
 
La psicología ha destacado la importancia de los factores psicopatológicos en la explicación de las conductas sexuales aberrantes. Sin ignorar la importancia de estos factores, los sociólogos han tendido a destacar el papel determinante que juegan los factores socioculturales en el proceso formativo de  conductas sexuales consideradas como aberrantes y delictivas. Han tratado, por otra parte, de establecer correlaciones entre tipos de estructura social y conductas sexuales aberrantes.  Se ha tratado de mostrar, por ejemplo, la alta correlación que existe entre formas de gratificación sexual delictuosas y los sectores de bajos ingresos de la sociedad.
 
 Más allá de las prisiones que son un caso extremo en que las estructuras sociales inducen a adopción de formas de conducta sexuales aberrantes,  una mirada un tanto  apresurada a la prensa periódica que da cuenta de la página roja nos lleva a la idea de que hay una correlación entre las altas tasas de incesto y el hacinamiento de las viviendas de los barrios pobres de las ciudades. Aunque conductas incestuosas pueden encontrarse entre los individuos de clases sociales de altos ingresos, dado el hacinamiento en que viven y al alcoholismo que es muy extendido en estos sectores de la población, estas conductas son más frecuentes en las clases de bajos ingresos.  Otros factores  criminógenos concurren también  a la explicación de estas conductas, como puede ser, por ejemplo, el bajo nivel de instrucción que adolecen los mismos. Como se sabe, la educación y la religión, por ejemplo, pueden actuar como factores de inhibición en este tipo de conductas sociales aberrantes. A esta lista de factores,  se podrían agregar los bajos niveles de calificación profesional, los bajos salarios y otros subproductos de la pobreza o que inducen a ella.
 
Estos y otros factores están en la base de la inducción de la mujer a escoger, por ejemplo,  la prostitución como alternativa ocupacional. Al referirse a las causas que inducen a la prostitución, un estudio señala las siguientes: "Se propone que además de las causas económicas coyunturales -discriminación laboral, baja calificación y los bajos salarios que ellas pueden obtener- existen otras, culturales que inciden en los factores motivacionales. Entre estas causas se incluye la persistencia de una ideología patriarcal, sobre cuya base se montan los valores de subordinación, sometimiento e inferioridad de la mujer. Cuando ésta elige prostituirse, bajo la fachada de la liberación,  esconde una nueva forma de subordinación, utilizando el único medio de producción sobre el cual detenta propiedad y poder de decisión: el propio cuerpo y la sexualidad. El alto índice de hogares con jefa mujer agrega un factor más a los concomitantes. Estos hogares matrifocales tienden a concentrarse en áreas urbanas y sus jefas se ven obligadas a tratar de satisfacer las necesidades de su grupo doméstico, enfrentando un mercado laboral discriminatorio en cuanto a género y clase, y que sólo le permite insertarse en sus intersticios. Al no haber desarrollo industrial en la región, la mujer no tiene posibilidades de proletarizarse; por lo tanto, sus únicas alternativas en relación a la determinación de género y clase son el desempeño de actividades en el sector informal de la economía, o en uno subterráneo aunque público, perpetuando el círculo de la miseria que protagoniza". (Soto, 1986, pp. 81-82)
 
Una de las expresiones del machismo (un elemento sociocultural característico de nuestras sociedades)  como es la conquista y posesión de mujeres, actúa generalmente como mar de fondo en el caso de delitos sexuales como la violación y el estupro. Como se sabe, el machismo no es una conducta privativa de ningún sector específico de la sociedad. Permea a todas las clases y estratos sociales. El machismo, que se presenta generalmente como una faceta cultural característica de los países latinoamericanos, está firmemente arraigado, como señalan los sociólogos del conflicto, en patrones seculares de dominación social entre sexos que descansan en la desigual distribución de los recursos en beneficio del sexo masculino y en perjuicio de las mujeres que son condenadas a una posición subordinada por lo que la sociología feminista ha denominado la ideología patriarcal. Esto ayuda a entender porque los hombres son generalmente los agresores sexuales y las mujeres las que adoptan actitudes relativamente pasivas y subordinadas. El elemento coerción,  señala enfáticamente la sociología del conflicto, se encuentra potencialmente presente en cualquier encuentro sexual y esto ha sido determinante en la formación del rol social y cultural de las mujeres. (Collins, 1975)
 
E.2. Género y criminalidad (La criminalidad femenina)
 
El estudio sistemático de la conducta delictiva de las mujeres sólo fue posible a partir de la década del 60 en que el movimiento feminista permitió, en este como en otros campos del conocimiento, visualizar las diferencias en las conductas entre los hombres y las mujeres teniendo  en cuenta el papel diferente que cada uno desempeña en la sociedad, la distinta manera en que son socializados, las marcas y los símbolos que se les atribuyen, es decir, desde una perspectiva de género. (Azaola, 1998, p. 35 y ss)
 
Esto no quiere decir que antes no se hubiera hablado del tema, sino que se le veía desde una óptica diferente. En el caso de la mujer, predominaban los enfoques que le otorgaban un peso determinante a la biología y se ignoraban la posición diferente que hombres y mujeres tienen en la sociedad y las consecuencias que ello lleva consigo en el campo específico de las conductas delictivas.
 
La introducción de una visión de género en los estudios y consideraciones sobre la criminalidad ha permitido profundizar el análisis de las diferencias en las conductas entre hombres y mujeres. En este sentido, uno de los hallazgos importantes fue el de haber logrado constatar que la delincuencia femenina representa apenas una pequeña proporción en relación a la delincuencia masculina. Puesto en términos más precisos, la criminalidad masculina supera a la femenina en todas las naciones, en todas las comunidades que forman parte de las naciones, en todos los grupos de edad, en todos los periodos de la historia para los cuales hay datos disponibles y en todos los delitos, excepto en aquellos propiamente femeninos como la prostitución, el infanticidio y el aborto. Hoy en día existe a nivel mundial un promedio de 30 hombres por cada mujer en prisión. Este hallazgo debe ser contrastado, nos dice una feminista, con el hecho de que solo el 14% de los puestos ejecutivos, el 10% de los parlamentarios y el 6% de los cargos ministeriales del mundo se encuentran ocupados por mujeres.
 
Vista las cosas desde una perspectiva de género, el hecho de que la mujer transgreda las leyes con menor frecuencia que el hombre tienen que ver con lo que la sociedad espera de ella, con lo que le atribuye por ser mujer y, por tanto, con la diferente forma en que es socializada y sujeta desde pequeña a mecanismos de control informal que resultan más severos y eficaces para impedir o limitar su participación en las conductas delictivas que son las que ameritan la participación de mecanismos de control formal.
 
Tanto en Estados Unidos como en los países de  Europa occidental, las faltas que con mayor frecuencia cometen las mujeres tienen que ver con los delitos en contra de la propiedad. En Europa, el primer lugar lo ocupan los robos y fraudes. En segundo lugar, se encuentran los delitos de tráfico y en tercer lugar, los relacionados con drogas. En la mayor parte de los países de Europa el aborto y el infanticidio han dejado de ser criminalizados y ocurren con muy poca frecuencia al igual que los delitos violentos. En los Estados Unidos, el perfil de la mujer delincuente no se ha modificado significativamente en las últimas décadas. Salvo por los delitos violentos en los que los hombres participan en una mayor proporción, hay pocas diferencias entre los delitos de hombres y mujeres y se observa un incremento en la participación de las mujeres jóvenes en casos de delincuencia juvenil. Sin embargo, las mujeres representan apenas el 5% de la población interna en las prisiones estatales y solo el 6% en las federales. En los Estados Unidos, el 24% de las mujeres se encuentra en prisión por delitos en contra de la propiedad y solo el 13% lo están por delitos violentos. Solamente el 17% de los detenidos por delitos relacionados con drogas son mujeres. (Azaola, 1998)
 
Investigaciones realizadas en Escocia han permitido a una autora plantear un conjunto de reflexiones que pueden orientar la realización de nuevos estudios sobre la delincuencia con perspectiva de género. Estas reflexiones fueron ordenadas en de la manera siguiente:
 
"a) los crímenes de las mujeres son en su mayoría crímenes tópicos de quienes no tienen poder;
b) las mujeres en prisión pertenecen  desproporcionadamente  a grupos étnicos minoritarios;
c) la mayoría de las mujeres en prisión han vivido en la pobreza la mayor parte de sus vidas; y
d) las tipificaciones convencionales sobre la feminidad desempeñan un papel clave en la decisión de encarcelar o no a una mujer" (Carlen, citada por  Olmo, 1998)
 
Queda mucho por hacer en materia de criminalidad y género, pero se observa un curso de acción alentador ya que temas como "mujer y criminalidad" está comenzando a incorporarse en los textos de criminología y se está introduciendo de manera creciente una preocupación por la noción de "género" en las agendas de la criminología y en los sistemas de administración de justicia.
  
 
F.  LA REPRESIÓN PENAL Y LAS MEDIDAS ALTERNATIVAS DE CONTROL SOCIAL
 
En el contexto de lo que aquí nos interesa, se entiende por control social el proceso mediante el cual se controla la conducta delictuosa,  y, en consecuencia,  se mantiene la estabilidad social,  mediante la aplicación de sanciones de carácter social y legal. Sin lugar a dudas, el principal mecanismo de control social legal ha sido la privación de libertad. Sin embargo, en las último tiempos se han ido desarrollando otro tipo de medidas alternativas la más novedosa de las cuales puede ser la descriminalización de cierto tipo de conductas delictivas.
 
F. 1. La privación de libertad
 
 La pena privativa de libertad, como su nombre lo indica, priva al penado de su libertad, recluyéndolo en un establecimiento penal y sometiéndolo a un régimen especial de vida y, por lo común a la obligación de trabajar. El sistema penitenciario fue creado para reemplazar, con una finalidad humanitaria, la pena capital, el exilio, la deportación y diversos castigos corporales. Durante los dos últimos siglos, este sistema ha sido virtualmente el centro de todas las políticas penales introducidas en el mundo. (Rico, 1979, p. 70 y ss).
 
A pesar de los graves inconvenientes y de la fuertes reacciones que contra ella se han manifestado, la privación de la libertad es el medio más frecuente de defensa contra el delito en las sociedades contemporáneas. Se ha convertido en el eje del sistema represivo en todos los países del mundo Sus defensores la justifican diciendo que es un instrumento insustituible de segregación de individuos peligrosos para la sociedad y de rehabilitación de los mismos.
 
Los críticos de la pena privativa de libertad ponen en duda que las prisiones puedan ser consideradas como comunidades que conducen efectivamente a la rehabilitación de los delincuentes. Algunos dirían enfáticamente que las prisiones no realizan ninguna función rehabilitadora digna de mención, y, más bien, pueden tener efectos nocivos sobre el prisionero. Muchos exprisioneros suelen reconocer que mientras estuvieron prisioneros, obtuvieron nuevos conocimientos sobre técnicas para cometer delitos y burlas a las autoridades, reforzando con ello, sus conductas delictivas. 
 
A pesar de que se han ido introduciendo innovaciones en la vida de las prisiones para hacerles más congruentes con el ideal rehabilitador que se ha propuesto para ellas, el encarcelamiento sigue siendo objeto de muchos cuestionamientos ya que es una manera extremadamente radical de reaccionar contra el comportamiento criminal. Varios criminólogos se interrogan sobre el futuro de las prisiones y algunos de ellos abogan simplemente por su abolición.
 
En reacción a estas críticas, los países más progresistas en esta materia han hecho esfuerzos por reducir la función de las cárceles como instrumento central de la política penitenciaria en tres direcciones fundamentales 1) la no aplicación del sistema de justicia penal a determinadas personas aquejadas de problemas sociales, médicos o emocionales, con respecto a los cuales se prefiere que reciban tratamiento en otros servicios de bienestar social; 2) la aplicación de otros medios penales en sustitución del encarcelamiento, y, 3) la creación de nuevos servicios de la comunidad destinados a atender las necesidades reconocidas de los delincuentes.
 
Como han señalado muchos criminólogos, la realidad penitenciaria actual es sumamente insatisfactoria. Si la ley y la administración proclaman  constantemente que la finalidad esencial del encarcelamiento debe ser la enmienda, la rehabilitación y la reinserción social del penado, en la práctica se sigue manteniendo, como en el pasado, una atmósfera punitiva dentro de la cual el detenido es humillado, infantilizado y transformado en una persona incapaz de recuperar una posición honorable en la sociedad de la cual ha sido extrañado. De tal suerte que, queda mucho por hacer para convertir a las cárceles en verdaderos centros de rehabilitación y de reinserción social de los condenados a la vida carcelaria.
 
Una rápida consideración de los argumentos de Norval Morris en su libro El futuro de las prisiones (1978) es bastante ilustrativo de la corriente de aquellos criminólogos que plantean una alternativa reformista a la reforma del sistema carcelario. El autor propone la desaparición de una parte del actual sistema penitenciario.  Sin embargo, se pronuncia por la necesidad de mantener ciertas instituciones  de reclusión para los criminales más violentos y peligrosos. Habiendo observado que en la práctica, la prisión constituye un poder real de control social utilizado sobre ciertos individuos, que no existe ninguna “jurisprudencia” referente al encarcelamiento y que los programas de readaptación “obligatorios” han dado pésimos resultados, Morris intenta definir el papel específico de la cárcel en una sociedad democrática. Para ello propone ciertos principios básicos que permitan definir que tipo de personas deben ser condenadas a prisión.
 
Estos principios son los siguientes: 1) el tratamiento en institución debe ser facultativo: 2) sólo debe utilizarse la sanción menos punitiva necesaria para la obtención de los objetivos sociales de la pena privativa de libertad: 3) debe rechazarse la predicción de una criminalidad “posible” como base para determinar si el infractor ha de ser encarcelado, y, 4) no debe aplicarse una sanción más severa que la “merecida” por el acto criminal más reciente por el cual el infractor es condenado. También sugiere que se utilicen ciertos métodos para reducir el encarcelamiento como la despenalización y el desarrollo de medidas correccionales de carácter comunitario. (Rico, 1978, p. 93)
 
F.2.  Medidas sustitutivas de la prisión
 
Hay una amplia gama de medidas punitivas que han venido a sustituir la pena de prisión. Entre esta amplia gama se encuentran las siguientes: 1) medidas punitivas: 2) medidas de seguridad, y, 3) medidas de tratamiento. (Rico, 1978, p. 96 y ss.)
 
Las medidas punitivas tienen por objeto paliar la privación de libertad y pueden dividirse en tres grupos: a) medidas restrictivas de libertad ( la semilibertad, los arrestos de fin de semana, el trabajo obligatorio en libertad y la prestación de servicios en provecho de la comunidad); b) medidas pecuniarias (la multa, la confiscación general y la indemnización a la víctima),  y, c) medidas humillantes ( la  reprensión o amonestación judicial y la pena corporal). Esta última pena ha sido prácticamente abolida de los sistemas judiciales del mundo.
 
Las medidas de seguridad aspiran a la prevención de nuevos delitos y se imponen en atención a la peligrosidad del delincuente, sin tener en cuenta únicamente la gravedad del acto realizado. Entre ellas se destacan: a) las medidas de eliminación de la sociedad (la relegación o deportación, y,  la expulsión de extranjeros indeseables); b) las medidas de control (el confinamiento y el arresto domiciliario;  la sumisión a la vigilancia de las autoridades, y,  el principio de oportunidad). Este último se refiere al poder otorgado a los magistrados o autoridades encargadas de la persecución penal de abstenerse de iniciar acción penal cuando en atención a la insignificancia del delito y a la culpabilidad mínima del infractor al orden social, no exige punición; c) medidas patrimoniales (la confiscación especial o comiso; el cierre del establecimiento y la caución de buena conducta), y, d) medidas restrictivas de libertad y derechos (la prohibición de residir en un lugar determinado, las inhabilitaciones y la imposición de una conducta o la reparación simbólica).
 
Las medidas de tratamiento,  médico o educativo, se destinan particularmente a los casos en que el comportamiento del sujeto denota ciertas anomalías psíquicas o cuando sus circunstancias personales del delincuente exigen ser tomadas en consideración.
 
Entre las medidas de carácter médico se encuentran las siguientes: a) el internamiento obligatorio de criminales enajenados y anormales; b) el tratamiento médico obligatorio a alcohólicos y toxicómanos, y, c) las intervenciones quirúrgicas.
 
Entre las medidas educativas se encuentran las siguientes: a) la condena condicional (la pena se suspende durante cierto tiempo, transcurrido el cual sin nuevo delito la pena queda remitida por completo. Si el liberado delinque de nuevo, se le impondrá la pena aplazada además de la condena en que incurriere la nueva infracción), b) el sistema de prueba (la probación puede subordinarse al cumplimiento de ciertas condiciones como la restitución de los objetos robados, la indemnización de la víctima, la ejecución de obligaciones familiares, someterse a un tratamiento médico o psiquiátrico, someterse a una cura de desintoxicación, no poseer armas ofensivas, etc.); c) la colocación del menor en una familia o en una institución, y, d) el aplazamiento y la no aplicación de la sanción.
 
 
F.3. La descriminalización
 
Se da el nombre de descriminalización al proceso mediante el cual ciertos comportamientos que el legislador había clasificado como crímenes en un momento dado son eliminados de dicha categoría. Esto es, dicho en pocas palabras, privar a una infracción de su carácter criminal. Lo opuesto a la descriminalización es la criminalización. Por criminalización se entiende el proceso mediante el cual determinadas conductas son incluidas en la lista de actos criminales de los códigos penales o leyes afines.
 
El proceso de descriminalización asume dos formas principales: 1) la descriminalización legal, y, 2) la descriminalización de hecho. Generalmente, la segunda precede a la primera. Basándose en el principio de que ninguna conducta debe ser tratada como criminal a menos que represente una amenaza grave para la sociedad, numerosos países han abolido determinados artículos del código penal que consideraban como criminales ciertas conductas como la homosexualidad, el juego, la obscenidad, la tentativa de suicidio, el aborto y la posesión y consumo de marihuana.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario